Las puertas del templo sagrado se abren, el profeta se decide a entrar, aunque no sabe que se encontrará adentro, pero está seguro en que es su destino y debe dejar de escapar de él.
Da un paso en el interior de la estancia y el exterior se desvanece, ahora está encerrado en el recinto.
Todo es blanco, «¿Estaré en el cielo?» Se pregunta. Camina y no logra topar con el final, ni a un lado, ni al otro. No hay paredes, es un limbo, el tiempo ha dejado de existir, «¿Quién soy?, ¿Quién era?, ¿En qué me convertiré?», se cuestiona. Más no hay respuesta que resuelva la espiral insana en la que se encuentra.
Pasan segundos, tal vez horas, días o años, la masa abstracta de tiempo parece no tener sentido.
En un instante es un niño, en otro joven, adulto y viejo. Hombre, mujer. Nada. Nada. Nada ¡Nada!
— ¡Por favor sácame de aquí! — Grita con todas sus fuerzas — ¡Ya no aguanto este purgatorio!
No hay respuesta. Se sienta en el suelo, se toma de las rodillas y hunde la cabeza en ellas.
Pasa un rato y se serena, deja que la experiencia lo penetre.
Cruza sus piernas, junta sus manos en una plegaria y con la espalda erguida respira profundamente.
De su pecho surge una pequeña risa que se transforma en una sonora carcajada.
— ¡Eres un genio Señor! — Exclama con lágrimas de felicidad en los ojos — No soy nada, nunca más me quiero definir.
El profeta se desnuda y comienza a danzar ante la melodía de Dios.
Su cuerpo se desliza por la existencia, al abrir los ojos se encuentra con que el vacío se ha desaparecido y el Cosmos entero se le presenta como regalo divino.